Recientemente, al revisar como lo hago cada día, la prensa nacional y local; escuchar algunos noticieros de radio y ver los resúmenes, cuando no los programas de noticias completos, reafirmé mi convicción, largamente sostenida, de que el tema es, junto con la violencia generalizada, uno de los más socorridos de la cotidianidad nacional.
Así,
buscando acercarme al tema, di con un libro llamado “ENSAYO SOBRE LA
CORRUPCIÓN EN MÉXICO”, de Rafael Mendívil Rojo, quien hace un recorrido
sumamente interesante por este tema, de una manera que podemos llamar
tanto diacrónica como sincrónica, es decir, desde el punto de vista
histórico y al mismo tiempo en cuanto a su significación, su incidencia
actual, sus tipologías, sus posibles antídotos, las conclusiones que
saca de su análisis y las sugerencias que hace.
Revisando
el currículum del autor, puede verse que este abogado sonorense
egresado de la UNAM, es alguien con conocimiento y experiencia
suficientes para hablar del tema, pues entre otros cargos en la
Administración Pública ha ocupado el de Director General de Asuntos
Jurídicos de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes; Titular de
la Jefatura de Servicios Legales y Apoderado General del IMSS; Contralor
Interno de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal, y
Coordinador de Procesos Penales del Servicio de Administración
Tributaria (SAT-SHCP).
Aunque,
como él mismo consigna, la corrupción es tan antigua como la humanidad
misma, en el ensayo se constriñe, y así pretende abordarse el asunto
aquí, a su incidencia en México, a partir de que hay memoria histórica
de la misma. Ahora bien, y sin dar a la memoria más peso que a la
gravedad misma del hecho en sí, pues aunque sea tan antigua, a juzgar
por las estadísticas y mediciones y comparaciones de muchos tipos entre
los diversos países, es evidente que no se trata de una conducta
obligatoria, sino voluntariamente elegida.
En un
contexto de filosofía política, Mendívil Rojo dice que, “…para entender
qué es corrupción, encontramos diversas clasificaciones o enfoques.
Heidenhammer señala que (…) puede referirse a tres dominios principales:
un dominio jurídico (como delito o infracción por parte de un servidor
público), un dominio de mercado (la corrupción como una decisión
económica tomada por un servidor público), y un dominio político (la
corrupción como la subversión del interés público por intereses
particulares).
Saber el
sentido de lo que es la corrupción como tal, no requiere sin embargo
estudios ni investigaciones: parece que nacemos con el concepto de ese
término integrado a nuestro cerebro como ciencia infusa, como una más de
las cosas de la vida que no requieren explicación, como comer o dormir.
Y, sin embargo, no la vivimos como algo obligatorio como a las otras,
que hacemos sin reflexionar sobre ellas, sino que está regida por el
libre albedrío.
Aún así,
para encontrar una definición de la corrupción, resulta interesante
partir desde la composición misma de la palabra, de la raíz lingüística
que está a su base, de manera que, como atinadamente consigna el autor,
corromper viene de “corrompere”, lo que significa “romper algo entre
dos” (o más, se entiende), o sea, expliquemos, el mismo caso de
“co-laborar”, es decir, trabajar en equipo, o “co-operar”, o sea actuar
con otro, etcétera.
Pero no
es suficiente con saber el significado original de la palabra. Es
preciso entender su sentido profundo, que implica descomponer lo que
está compuesto, prostituir lo que es honesto, pudrir lo que está fresco,
y tantas otras acepciones que podríamos encontrarle, pero que ya sería
reiterativo anotar. Y luego, habría que insistir en el segundo miembro
del término, que implica que, para bailar tango, se necesitan dos. Es
decir, a diferencia de otros crímenes, la corrupción precisa siempre dos
elementos para realizar la ecuación, uno que corrompe y otro que es
corrompido. Como lo dice Mendívil Rojo, “es un acto que supone la
participación de al menos dos personas. Así(,) los corruptibles y los
corruptores se van encontrando en el camino”. Al final, concluimos
nosotros, los dos son corruptos.
¿Será por
ello que tenemos la ilusión de que hay más delitos de corrupción que de
los otros? Tal vez. O quizá es sólo cuestión de intereses: el
asesinato, aun el masivo, es algo personal, dirigido, y por mucho que lo
lamentemos, no nos toca directamente, si no es que somos familiares de
la o las víctimas. El acto corrupto, por el contrario, se siente como
una agresión contra la sociedad toda, porque casi siempre implica dinero
público o bienes comunitarios, que se supone, pertenecen a la
colectividad. Por lo que, siendo el primero un acto nefando, pero
personal, se considera peor el segundo, porque es un crimen “social”.
“En
términos simples –dice por su parte el autor- la corrupción es ‘el abuso
de poder público para obtener beneficio particular’. Este fenómeno
tiene mayor incidencia en el ámbito de gobierno, donde sus funcionarios
actúan de modo distinto al sistema normativo para favorecer intereses a
cambio de una recompensa, es el comportamiento desviado de aquél que
ocupa un papel en la estructura estatal”. Y añade, llevando el asunto a
su propio terreno profesional: “Una forma jurídica de entender la
corrupción consiste en concebirla como una violación del Derecho
Positivo”.
Si bien
no es algo privativo del poder público, es en los ámbitos relacionados
con la política donde campea más a sus anchas. Por dondequiera que se le
vea, no obstante, la corrupción no sólo es una fea palabra, sino un
concepto horrendo, que siempre lleva implícita la degradación esencial
de aquello que toca, cuya pudrición en la vida práctica percibimos
primero por el olfato y luego por los demás sentidos, pero que en el
plano moral vivimos como una aniquilación del espíritu.
“Una cosa
sí es muy cierta”, -afirma nuestro autor-, “durante siglos la
corrupción ha estado presente en la historia de México, y se ha hecho
manifiesta en situaciones tan disímbolas como complejas, desde el
trueque o “cambalache”, la cesión de tierras, otorgamiento de títulos
nobiliarios o indulgencias, para avanzar en un trámite burocrático,
otorgar concesiones o favoritismos para conseguir una “chamba” a través
de un nombramiento o por medio de un contrato de prestaciones de algún
servicio público y lo más grave, para obtener algún tipo de canonjía en
un procedimiento administrativo o judicial”.
Claro que
nada de esto es novedoso, y a cada mención podríamos, todos y hasta en
coro, citar diez casos recientes que se nos vienen a la mente a ese
propósito, como por ejemplo las casas blancas, los aviadores en la SEV,
las vueltas de tuerca para nombrar cónsules o cambiar a la dirigencia de
un partido político “por la vía corta”, o la creación de directores
utilizando choferes como materia prima, o el endeudamiento sin
antecedentes en la administración estatal, o las obras mal hechas en el
METRO de la capital de la República, o el involucramiento de algunos
políticos con el crimen organizado, o los autopagos injustificables y
escandalosos de los “legisladores”, así sean muchos de éstos analfabetas
y todos levantadedos, o el quebrantamiento de la Ley Federal del
Trabajo por parte de los diputados-empresarios, o la creación de
calumnias y rumores falsos, o…
Pero si
no quisiéramos particularizar, podemos acudir a la cita que hace el
autor del “Índice de percepción de la corrupción 2012”, en el que
Transparencia Internacional y Transparencia Mexicana establecen “una
puntuación sobre el grado de corrupción en el sector público de 182
países. De acuerdo con (el) Índice de Percepción de la Corrupción (IPC)
(se) ubica a México en la posición 100 entre 182 países, con una
calificación de 3.0 en una escala donde 0 es la mayor percepción de
corrupción y 10 la menor. En comparación con otros países del continente
americano, México se ubica en la posición 20, entre 32 países evaluados
por el Índice. Si se compara con los países que integran el Grupo de
los 20 (G20), se ubica en la posición 16, entre 19 países evaluados.
Nueva Zelandia ocupa el primer lugar entre las naciones con una
percepción de menor corrupción, seguida por Dinamarca, Finlandia, Suecia
y Singapur. Chile se ubica en la posición 22, Estados Unidos en el
sitio 24 y Brasil aparece en el 73. En la percepción de corrupción,
México se encuentra al mismo nivel de corrupción que Indonesia, Malawi o
Tanzania, cuyos indicadores de desarrollo son muy inferiores”.
Aunque la
expresión es hasta cierto punto confusa, queda muy claro ‘quod erat
demostrandum’: México está en los peores niveles en cuanto a la
percepción de corrupción y, si eso puede ser medido, y hay diferencias
entre los países, no puede haber duda de que se trata de una acción
voluntaria y buscada ex profeso, doblemente culpable desde el punto de
vista de la moral y de la ley.
Como
quiera que sea, el autor hace un recorrido por aquellos instrumentos que
podrían constituir el contraveneno para un mal tan generalizado en el
país, tan metido en el ser nacional que parece ya estar en los genes de
la población, tan difícil de combatir que no parece tener una parte
contraria que la evite.
En
efecto, se pregunta si la Transparencia y el Acceso a la Información
podrían ser el contraveneno contra la corrupción. Menciona el Control
Interno de la Administración Pública Federal, y al Poder Ejecutivo como
fiscalizador a través de la Secretaría de la Función Pública. Asimismo,
al Control Externo de la misma, por medio de la Fiscalización Superior a
través de la Auditoria Superior de la Federación. Analiza las
perspectivas de corrección del fenómeno de la corrupción en el ámbito
penal, y cuestiona la actuación del Ministerio Público y la de los
Poderes de la Unión para combatir y sancionar este mal.
Lamentablemente,
sus conclusiones están fuertemente teñidas del pesimismo que invade a
otros pensadores que han analizado el tema en relación con México, y
afirma, en esencia, que la corrupción se da “no sólo verticalmente, de
gobernante a gobernado, sino también horizontalmente, entre
particulares”; habla de una “cultura mexicana de la corrupción”,
“generalizada”, “que crea la inercia social que dificulta los esfuerzos
para controlarla”; propone, sin embargo, “combatir la impunidad
característica de nuestra cultura administrativa y el autoritarismo”
para acabar con el círculo vicioso de la corrupción; dice que no basta
con despedir a los corruptos, sino que se les debe sancionar “de forma
ejemplar, (que) se les exhiba ante la sociedad y sean castigados
penalmente, además de resarcir el daño”; sugiere convertir en un órgano
constitucional autónomo a la Auditoría Superior de la Federación,
independiente de todos los Poderes; finalmente, la creación de un órgano
“Anticorrupción”, cosa que aparentemente ya se concretó.
Ésta es,
en una muy apretada síntesis y con los comentarios que me pareció
conveniente hacer, la visión y postura del autor de “La corrupción en
México”. Sólo podría agregar que, si bien la corrupción parece ser una
enfermedad consustancial a los mexicanos, pese a ello y contra lo que se
diga, no es un mal generalizado absolutamente, e insistir en que, común
como lo es, abundante y omnipresente, sigue sin ser obligatoria, y
coincidir con el autor en que deberán ser la educación, sobre todo
empezando por los más pequeños, y el enriquecimiento del marco jurídico,
los instrumentos con que se pueda combatir al peor mal de todos los que
nos carcomen. Y predicar con el ejemplo, claro está. De alguna manera,
habría que voltear la tortilla y hacer de la honestidad un timbre de
orgullo, demostrando que no, repito: no, la corrupción no somos todos.
Fuente: RADIOVER.info